El ángel de la muerte contempla sus dominios. Nada le queda ya. La que un día tuvo el mundo a sus pies, hoy yace sola, olvidada de todos.
Un horizonte infinito es su única compañía. El ángel sabe que su lamento es inútil, porque la maldición es eterna.
Nadie puede verla, ni sentirla. Sólo los que van a morir, se percatan de su presencia. Mientras, la más sola de las criaturas, contempla con nostalgia lo que nunca tendrá.
A lo lejor hay un castillo. En él vive un hombre que nunca sabrá que ella existe, hasta el día de su muerte. Y aún en ese momento, deseará no haberla conocido.
Mortal que lees estas líneas, compadécete del triste destino de quien un día poseyó el mundo.